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Cartagena de Indias, ¡qué espectáculo!


Viajar al otro lado del charco, es visitar otro mundo. Me refiero a Sudamérica y más concretamente a Colombia, un país diverso, multicolor, alegre y vital que nada tiene que ver con la vieja Europa. Sin embargo, hay algo coincidente entre ambos continentes, el uso de la moto, pero allí a lo bestia. En el país tricolor, la moto es la protagonista de calles y carreteras como medio de transporte y mucho más. Y es que Cartagena de Indias es, en sí, un espectáculo.

Lo dije en 1982, cuando fui a Sudamérica por primera vez, recalando en Bogotá, en una estancia de cuarenta días, que ese continente es otro mundo. En Colombia la vida no tiene nada que ver con Europa (posteriormente, visité otros países del entorno que reafirmaron mi visión diferenciadora con respecto al viejo continente, cada día más arcaico, con más normas, más leyes, más prohibiciones, menos libertades…). La gente allí es fácil en el trato, cordial y cercana, con horarios opuestos a los nuestros -se come entre las 12 y las 13 h y se cena a partir de las 19 h-, alimentación diferente, paisajes exuberantes, climatológica diversa y un largo etcétera que hace que te sientas a gusto de inmediato.

Sin embargo, hay un vehículo que nos une (entre otras muchas cosas, por supuesto, empezando por nuestro idioma universal y común) con el país tricolor (su bandera luce el amarillo, azul y rojo), la moto, pero a lo bestia. Y a mí, que amo las dos ruedas -con y sin motor -, me encantó esa conexión. Según datos del Registro Único Nacional de Transporte (RUNT), a enero de 2022, el parque móvil colombiano era de 17,097 millones de vehículos, de los cuales 10,196 millones son motos. Se da el caso, incluso, de que hay municipios que tienen más motos que habitantes, como Sabaneta, al sur de Medellín, que, con una población de 53.914 personas, tiene 345.892 motos registradas. El parque motociclista europeo, por ejemplo, supera los 40 millones de unidades en una población de 747,645 millones de habitantes (apenas el 6% de la ciudadanía), mientras que Colombia, con poco más de 52 millones, el 20% de la gente va en moto.

Pero, que nadie piense que este artículo ahonda sobre el transporte y otros medios de movilidad del país hispanoamericano, tan solo pretende dar unas pinceladas, fotográficas más que escritas, de mi reciente viaje al país colombiano y, más concretamente, a la caribeña Cartagena de Indias, con la moto como protagonista, donde el clima es una delicia, no menos que sus gentes, con esa gentileza y dulzura que las distingue. Como muestra, las expresiones que utilizan en el trato con el de enfrente: ¿Cómo le va? A la orden; con gusto; regáleme un minuto de su tiempo; ¿Cómo se levantó? Que tenga buen día, etcétera.

A diferencia de Europa, las motos en Colombia son de pequeña cilindrada, entre 100 y 125 cc, marcas indias en su mayoría, muchas de ellas ensambladas en Sudamérica, como Boxer -la más vendida-, Discover, Pulsar y Dominar (las cuatro del grupo Bajaj Auto Ltd, cuarto fabricante más grande del mundo en vehículos de dos y tres ruedas). Otras firmas son TVS, Eco, además de Suzuki AX4, Honda 110 y hasta una KTM Duke 125 (la única que vi). Motos, que cuestan, la mayoría de ellas, en torno a los seis millones de pesos colombianos (poco menos de 1.200 euros al cambio).

Tampoco tiene poco que ver con nosotros el uso que le dan. Allí, proliferan las mototaxi, actividad no legal pero que las autoridades, como en tantas otras cosas, hacen la vista gorda. Una carrera en ese transporte tiene un coste medio de 10.000 pesos, cantidad que suena a mucho, pero que al cambio son unos diez euros.

La seguridad o, mejor dicho, la falta de ella, es otro de los puntos divergentes con respecto a los europeos. El casco, por ejemplo, es obligatorio, pero lo utiliza el que quiere, que no son la mayoría. Tampoco el calzado se tiene en cuenta, pues muchos van en chanclas y algunos pasajeros incluso descalzos. Y si ir con el pie protegido no es una prioridad, menos todavía lo son las manos, pues el uso de guantes es minoritario.

Dentro de esa anarquía del motero colombiano en general (en Medellín son más disciplinados, según me cuentan), hay que añadir lo que para él significa la moto. Porque ésta sirve para todo, para desplazarse el que la maneja con uno o varios pasajeros, ¡sí!, plural, porque hasta cuatro personas subidas en una Boxer fotografié, imagen que podéis ver más arriba. También se utiliza como vehículo de carga, ya sean sillas, paquetería, bultos, etc. Y la utilización como mototaxi que cito antes.

Por último, el respeto a la seguridad vial también brilla por su ausencia, quedando de nuevo patente la anarquía de las motos -no hay que excluir a los coches-. Porque, lo cierto, es que circular en vehículo por esos lares es una actividad que produce “grandes emociones”. Lo sorprendente es que el usuario de las dos ruedas, a pesar de ser el que más posibilidades tiene de salir mal parado en caso de accidente por razones obvias. Primero, por los ejemplos ya descritos, y, segundo, porque en autovías, que haberlas haylas, circulan como les sale, ya sea por el carril de la izquierda, en paralelo mientras van charlando, en contradirección por el arcén de las mismas…, un sindiós.

Para desplazarme de donde me alojaba a Cartagena de Indias, distante unos quince kilómetros, utilizaba Uber, que es el mejor medio para hacerlo, pues el precio de la carrera está cerrado antes de iniciarla (entre diez y quince euros) y del chofer puedes fiarte. Los taxis, por el contrario, te pueden tangar y el precio es mayor.

¿Qué ver en Cartagena? Muchas cosas, todas ellas flipantes. Las puestas de sol desde la muralla son de quedarte con la boca abierta. Las playas son grandes y tranquilas, donde te encuentras al vendedor de cocos -¡qué ricos!-; al joven que prepara la piña colada -¡deliciosa!-; al que te ofrece cualquier fruta de las muchas que aquí se dan; por faltar, no falta ni el de las ostras y da un gustazo, tras el baño, tomarte cualquiera de estos manjares por muy poco dinero. El mar, por contra, no es el típico del Caribe, de aguas azul turquesa y arena blanca, para eso hay que acercarse a Barú, a una hora en coche, donde sí está ese mar y playa idílico que cito.

Degustar una buena comida en uno de los muchos y magníficos restaurantes de la capital o alrededores, es otro de los alicientes de esta ciudad. Un almuerzo sale por unos 25 euros y la mitad o menos en un chiringuito de playa. El vino, sin embargo, es caro (seis euros la copa, caldos chilenos en su mayoría, aunque también se encuentran vinos españoles), pero la cerveza es mucho más asequible, pues es de la tierra y está muy rica.

¿Y la seguridad? Colombia no es el país más violento de Sudamérica, le superan Méjico, Honduras, El Salvador… Es cuestión de saber por dónde no has de ir. En los días que estuve allí, nada malo sufrí, ni fui testigo de incidente alguno. Tan tranquilo estuve que no me hubiera importado pasarme una temporadita allí, especialmente en Cartagena de Indias, ¡qué espectáculo!

Por José Mª Alegre (texto y fotos)

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