
Ocho de cada diez accidentes de moto causados por el mal tiempo ocurren cuando llueve. Conducir sobre asfalto mojado exige prudencia, mantenimiento y anticipación. Los expertos de AMV explican cómo evitar riesgos: desde revisar neumáticos y frenos hasta elegir bien el equipamiento y saber cuándo detenerse.
La lluvia, enemiga del motorista
La lluvia es uno de los mayores enemigos del motorista. Según datos de AMV, empresa líder en seguros de moto, el 20% de los accidentes en moto se deben al mal tiempo, y de ellos, ocho de cada diez los causa la lluvia. El agua transforma el asfalto en una trampa invisible que reduce el agarre, limita la visibilidad y multiplica los errores. Con el otoño y el invierno llegan los chaparrones, por eso conviene revisar la moto, adaptar la conducción y, sobre todo, mantener la cabeza fría.
La importancia del mantenimiento
El primer paso para rodar con seguridad es el mantenimiento. Unas ruedas en mal estado o un sistema de frenos desgastado son una receta segura para el desastre cuando el asfalto se moja. La presión de los neumáticos debe ajustarse siempre en frío y conforme a las indicaciones del fabricante, comprobando que no haya grietas, deformaciones ni una banda de rodadura inferior a 1,6 milímetros. Los frenos también deben revisarse a fondo: líquido en niveles adecuados y pastillas sin desgaste excesivo. Lo mismo ocurre con las luces —cruce, freno, largas e intermitentes—, que garantizan que otros conductores puedan vernos en medio de la cortina de agua. Y no hay que olvidar las suspensiones: si no funcionan correctamente, la estabilidad desaparece y los neumáticos se desgastan antes.
Mirar el cielo antes de arrancar
Antes de salir, conviene mirar el parte meteorológico. Si las precipitaciones son fuertes o continuadas, quizá la mejor decisión sea no rodar. En muchos casos, posponer la salida o modificar el trayecto es una medida de prudencia elemental que puede evitar un susto.
Más distancia y menos velocidad
Ya en marcha, la lluvia impone su propio ritmo. Aumentar la distancia de seguridad es vital: las gotas sobre la visera del casco reducen la visibilidad, el asfalto refleja la luz y cualquier frenazo puede sorprendernos. Mantener espacio suficiente permite reaccionar con antelación y evita el molesto espray de agua que levantan los vehículos. La velocidad también debe adaptarse: el agua crea una fina película entre la rueda y el asfalto que provoca aquaplaning, una pérdida total de tracción que puede terminar en caída.
Suavidad al acelerar y frenar
Acelerar y frenar con suavidad es otra regla de oro. La tracción se reduce, y cualquier movimiento brusco puede hacer que la rueda trasera patine. Lo recomendable es acelerar progresivamente y, al frenar, usar primero el freno trasero y luego el delantero, sin brusquedad. Las maniobras deben anticiparse: la lluvia exige pensar antes de actuar. Adelantarse a las maniobras de otros conductores y evitar giros o inclinaciones repentinas son hábitos que pueden marcar la diferencia.
Trampas urbanas bajo el agua
El entorno urbano es especialmente traicionero cuando llueve. Alcantarillas, tapas metálicas, pasos de cebra y líneas pintadas se transforman en auténticas pistas de hielo. Circular sobre ellas puede hacer que la moto pierda tracción de forma inmediata. Lo ideal es esquivarlas o cruzarlas con la moto en posición vertical, sin frenar ni acelerar. También hay que evitar los charcos, porque pueden ocultar socavones o restos de aceite.
El equipamiento, un escudo imprescindible
El equipamiento es otro aliado decisivo. Un casco integral o modular con sistema pinlock evita el empañamiento y mejora la visión. La chaqueta y el pantalón, además de ser impermeables, deben contar con protecciones y, a ser posible, con colores vivos o elementos reflectantes. Los guantes deben ofrecer buen tacto y, si incorporan una goma limpiadora en el dedo, mucho mejor. Las botas impermeables, por encima del tobillo, completan la protección, y para quienes conducen escúteres, un cubrepiernas impermeable resulta práctico y eficaz. Estar seco no solo es cuestión de comodidad: el frío y la humedad reducen la capacidad de reacción y aumentan la fatiga.
Saber cuándo parar
Hay momentos en los que la prudencia debe imponerse. Si la lluvia arrecia, la visibilidad se reduce a mínimos o el viento lateral compromete la estabilidad, lo más sensato es detenerse. Las áreas de servicio o zonas seguras permiten esperar a que el temporal amaine. Aprovechar para estirar las piernas, hidratarse y reponer energía también ayuda a mantener la concentración.
El respaldo del seguro adecuado
Y aunque la prevención es la mejor herramienta, no todo depende del conductor. Por eso, contar con un seguro especializado en moto resulta esencial. Las coberturas por accidente del conductor pueden cubrir gastos médicos y farmacéuticos en caso de caída; la asistencia en viaje garantiza que la moto sea trasladada a un taller o al domicilio, y la protección del equipamiento evita que una lluvia intensa acabe suponiendo una pérdida económica añadida.
La física manda, la prudencia salva
Rodar bajo la lluvia no tiene por qué ser una aventura peligrosa. Con previsión, cuidado y una conducción adaptada, el riesgo disminuye drásticamente. La clave está en entender que la moto, por muy estable que parezca, depende de una fina franja de goma en contacto con el suelo. Cuando esa franja se moja, todo cambia: la física manda y la prudencia salva.
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