Tras ver las imágenes en televisión de Valencia arrasada por la DANA y viendo que todo seguía casi igual un mes y pico después -¡no podía creerlo!-, decidí comprobarlo yo mismo. Me subí a la moto y puse rumbo a la zona afectada. Y lo que vi fue un desastre, una desolación absoluta, una tragedia que el pueblo no olvida, ni tampoco la tardía ayuda del Estado y demás Administraciones.
El Moto Grup Albal es el primer destino al que llego una vez me planto en la zona afectada por la DANA. Lo sucedido en Valencia por el fenómeno meteorológico es una auténtica tragedia. La riada producida a consecuencia del paso catastrófico del temporal afecta a 75 municipios valencianos, llevándose por delante el 10% de la riqueza de la Comunidad Valenciana, cuyo PIB se estima en 126.000 millones de euros, dejando una factura que supera los 22.000 millones de euros y, lo que es peor, segando la vida de 223 personas, con tres desaparecidos que, al cierre de este artículo, seguían sin aparecer.
‘Off-road’ sobre asfalto
Para llegar a Albal, tomo la vía de servicio de la V-30, recorriendo un polígono industrial tras otro cuyos negocios están, unos, reventados por la riada; otros, ya han sido saneados, pero están vacíos a la espera de recibir el contenido que tuvieron que tirar o bien han cesado su actividad al haberse quedado sin recursos. Porque son centenares los comercios afectados por la DANA y muchos de ellos no podrán abrir ante la falta de ayudas.
Los viales permanecen embarrados, dándome la moto algún que otro bandazo, pues más parece que esté haciendo una ruta off-road que de asfalto, que apenas se ve. Hay infinidad de coches destrozados que han sido orillados en las aceras o bien apilados en improvisados cementerios de ídem (como el de Catarroja de la foto que abre el artículo); necrópolis de chatarra presentes en todas las localidades que visito que acumulan la mayor parte de los 120.000 vehículos dañados, de los cuales más del 98% han sido declarados siniestro total.
En el Moto Grup Albal, cuyo lema es “Hoy vamos de tranqui”, me recibe Marco, su presidente (arriba, a la dcha, junto a Vicente, y sobre ellos la línea que marca el nivel donde llegó el agua). Las instalaciones de la entidad no se han salvado de la riada. El agua superó los dos metros, echando a perder todo lo que allí había. “Todo el pueblo, al igual que nuestro club, está destruido”, lamenta.
“Como una serie de zombis”
El 29 de octubre, fecha de los hechos, Marco estaba volando hacia la capital del Turia con su esposa, Inma. Ambos venían de celebrar las bodas de plata en Roma, “y ya no pudimos aterrizar en Valencia. Antes de embarcar, me llamó mi hija llorando para decirme que los muros del chalet se venían abajo por el agua y como se fue la cobertura de los móviles, no supimos de ella hasta dos días después”, comprobando entonces que la joven estaba bien, afortunadamente.
Después de dar muchas vueltas sobre Valencia, el avión en el que viajaba la pareja logró aterrizar en Alicante, cogiendo seguidamente un autobús cuyo recorrido finalizó en Torrent al estar la carretera impracticable. “Suerte que vino mi yerno con un furgón alto y nos recogió a las siete de la mañana y lo que vimos parecía una serie de zombis, porque todo el mundo iba en silencio, daba miedo todo lo que veías, árboles caídos, rocas enormes que no se sabía de dónde habían salido, coches destrozados, barro… Era impresionante”, exclama Marco.
El local del Moto Grup “lo abrimos una semana y media después, porque primero ayudamos al vecino, al amigo, al familiar y luego, cuando reclutamos unos cuantos compañeros, conseguimos reventar la persiana y entrar y lo que vimos fue un desastre”, como se puede comprobar en las fotos de abajo facilitadas por el presidente del club.
Para Marco, “esto parece una guerra, lo que se ve en televisión no es comparable a lo que se ha visto aquí, ha sido muy impactante todo lo que se ha vivido”, compartiendo yo su reflexión plenamente, porque las imágenes que hemos visto en las diferentes cadenas no reflejan la auténtica catástrofe de esta descomunal tragedia.
Por no hablar del olor a barro y humedad que se respira en el ambiente constantemente, persiguiéndote allá dónde vayas, tufo que, como es obvio, no se percibe en la pequeña pantalla.
“Esto ha sido muy duro”
Lo único positivo, dentro de la desgracia, “ha sido la solidaridad del pueblo. Aquí, en el club, nos dejaron alimentos y artículos de primera necesidad que entregamos a todo el que lo necesitaba. Y los voluntarios… Han venido de Barcelona, de Sevilla, de Jaén, de toda España y nosotros super agradecidos por esa ayuda, por esa actitud de cariño y solidaridad que hemos recibido”, recuerda emocionado, convencido, además, de que “el pueblo salva al pueblo”, frase que él y su mujer llevan tatuada en el brazo.
Marco mantiene la esperanza de que todo volverá a ser como antes, “pero igual pasarán tres, cuatro o cinco años, esto va para largo. El 90% de los negocios seguramente ni abrirán sus puertas, porque han sido destrozados totalmente. Tardaremos en levantar la cabeza, porque esto ha sido muy duro”.
¿Se podía haber evitado la tragedia? El motorista no lo duda. “¡Sí! No hubiéramos parado el agua, pero se hubieran evitado las muertes avisando con tiempo al menos a las cuatro de la tarde. Yo perdí a un compañero y amigo saliendo del trabajo, iba en la moto y se lo llevó la riada y lo encontraron dos días después”.
Una noche en los cines del C.C. Bonaire
Vicente (abajo) es socio del Moto Grup y trabaja como vigilante de seguridad en una tienda del centro comercial Bonaire, el mismo que fue objeto de todo tipo de especulaciones en torno al número de víctimas que podía haber en el parking subterráneo que quedó completamente anegado y que una vez consiguieron entrar los bomberos, se comprobó que en los muchos vehículos que había no se encontraba ni una sola persona. “El centro tenía pensado cerrar antes porque no había clientes y como había alarma por lluvias, decidimos hacerlo a las 7 de la tarde e irnos a casa”, explica el también motorista.
No obstante, el vigilante vio cómo la riada hacía su aparición en las instalaciones de Bonaire entrando “agua marrón que arrastraba neveras, lava vajillas y de todo, a pesar de que no llovía”. Como no podían abandonar el centro comercial, pues el agua rodeaba el edificio, “nos refugiamos en los cines, que están en la planta superior, y allí pasamos toda la noche unas 450 personas en las dos salas más grandes que hay”. Vicente se ha quedado sin moto “que tenía en un garaje a nivel de calle, que se inundó, y el coche sigue en el parking de Bonaire”.
Cree que pasará tiempo antes de que todo vuelva a la normalidad, “porque para coger el ritmo de antes hace falta mucha ayuda y la gente está esperando las indemnizaciones del consorcio, pero no llegan. El temor -continúa Vicente- es que cuando pasen un par de meses más, esto irá a menos y la gente se olvidará, me refiero a las autoridades, porque el pueblo nunca va a olvidar esto”.
Mercadona, un oasis de esperanza
Camino de Catarroja, que está pegada a Albal, poblaciones separadas por una calle -al igual que Massanassa, Alfafar o Benetúser, pegadas todas ellas y afectadas igualmente por la DANA-, veo destrozos por todas partes, casas que se han venido abajo debido a la fuerza de la riada que las golpeó como si de un tsunami se tratara, un nuevo depósito provisional de coches (objeto de un incendio días después, teniendo que intervenir 15 dotaciones de bomberos para sofocarlo, al parecer intencionado) y mucho, muchísimo barro.
Ante tanta destrucción, un oasis de esperanza: el Mercadona del Camí Real, que luce espectacular a pesar de haber sufrido los embates del agua y también del saqueo, como explica David (abajo), venezolano que lleva muchos años en la zona. Desde la tercera planta donde vive vio como “la gente entraba en el supermercado y se llevaba productos de primera necesidad; otros, iban cargados con jamones, que ya me dirás tú que primera necesidad es ésa”, cuenta con ironía no exenta de indignación.
Por cierto, qué lección de generosidad y eficacia la de Juan Roig, propietario de la cadena de alimentación, donando 40 millones de euros a sus trabajadores víctimas de la DANA y también la de Amancio Ortega, donando, a través de su fundación, la cantidad de 4,3 millones.
ONG con burocracia gubernamental
El segundo día de mi estancia en Valencia, me paso por las cocinas de World Central Kitchen (WCK), ONG del solidario chef José Andrés fundada en 2010, que desde las instalaciones ubicadas en el Tinglado 2 del puerto valenciano reparte diariamente miles de comidas por los lugares afectados. Una vez allí, pido permiso para entrar y hacer fotografías de su loable labor, pero, a pesar de identificarme y mostrar el carné de la APM, Miguel Tortosa, responsable de Comunicación de WCK, me indica por WhatsApp que debo realizar la petición por e-mail. Una organización no gubernamental con burocracia gubernamental. Como no dispongo de tiempo, hago la foto que veis (arriba) a través de la valla y salgo pitando de nuevo para la zona afectada.
Me sitúo de nuevo en el Camí Real de Albal, vía central que cito anteriormente que atraviesa las poblaciones ya mencionadas. Llego al puente de Catarroja (arriba) que sortea el barranco o rambla del Poyo, el causante de tanta desgracia al no poder canalizar toda el agua que arrastraba. El caso es que entre tanto caudal y la suciedad del lecho, cañas mayormente, se taponaron los ojos de los puentes desbordándose finalmente como si de la película Lo imposible de Juan Antonio Bayona se tratara y anegando las poblaciones afectadas. Una pancarta recuerda a los vecinos y visitantes que “El pueblo no olvida”. Indignación que quedó palpable cuando los Reyes, Pedro Sánchez y Carlos Mazón visitaron Paiporta, si bien los primeros y el último aguantaron los insultos y el lanzamiento de barro de la gente, mientras que el presidente optó por irse.
Navidades de barro
En Catarroja el lodo sigue siendo el elemento que domina todo y el marrón el color que tiñe allá donde miro. En un parque que otrora lo fue, un vecino ha hecho un muñeco de ‘nieve’… pero de barro, coronado con un gorro de Papa Noel. No le falta detalle: mascarilla, pieza facial de uso más que aconsejable para protegerse del polvo en suspensión que levantan los coches al rodar por las calles sobre el barro seco, botas, guantes y las dos herramientas más utilizadas para reducir ese barro: la pala y el cepillo. El autor de la figura, Manuel Navarrete, la hizo para que los niños esbocen una sonrisa mientras se hacen fotos junto a ella, según declaraciones del artista a la radio (¡qué magnífico servicio social y de proximidad el realizado desde las ondas!). Un muñeco de barro, premonición de lo embarradas que serán estas navidades en los 75 municipios.
En la entrada de un garaje anegado, charlo con el gerente de Desciegues Navarra, Enrique Martínez, persona empática que lleva en la zona desde el 4 de noviembre, “primero en Paiporta, donde montamos un dispositivo como empresa voluntaria”, cuenta. El mando militar del CECOPI (Centro de Coordinación Operativa Integrado, órgano en la gestión de emergencias en la Comunidad Valenciana), atendió todas las demandas de Martínez “y decidió que coordinase yo los medios de alcantarillado en colaboración con la UME (Unidad Militar de Emergencias). Se hizo una actuación excelente -asegura el gerente- y actualmente nos encontramos en Catarroja contratados por una empresa para solucionar los temas de las comunidades. Ahora, estamos dando prioridad a los fosos de ascensores, para que puedan habilitarse, lavar garajes y muchos otros trabajos”.
La normalidad tendrá que esperar
Martínez, en sus 35 años de experiencia, ha “visto muchas cosas, pero con tanto volumen como lo que ha ocurrido aquí, nunca. La verdad que esto es muy complicado”, tanto que no se atreve a dar plazos de cuándo se conseguirá una normalidad. “Primero, ha habido una emergencia –indica-; luego, pasamos al estado de urgencia, que es el actual, y una vez que se mejoren muchas cosas, hay un plazo que yo estimo no bajará de los seis meses. Y para volver a la normalidad anterior a la emergencia, será mucho más tiempo”.
Martínez tuvo que regresar a Navarra un mes después de estar en la ‘zona cero’, “para una revisión médica debido a un problema que me provocó el polvo en suspensión que hay en la zona, pero ya estoy bien y aquí sigo coordinando los medios de mi empresa”.
“Millones de gracias a todos los voluntarios”
Sigo mi periplo a pie -la moto aguarda junto a una acera embarrada, claro- y leo una pancarta en el balcón de un primer piso que reza, “Gracias a todos menos a los políticos”, porque el agradecimiento de los afectados es grande y sincero hacia muchos colectivos, menos para los últimos. UME, bomberos, militares, Guardia Real -enviada por la Casa del Rey-, WCK… y a los voluntarios de todo tipo, pues han sido muchos los profesionales que dejaron a un lado sus trabajos y negocios para acudir al lugar y ponerse a las órdenes de los mandos.
Pero lo que ha llegado más al corazón de la gente ha sido la juventud que se movilizó -y lo sigue haciendo, pero los fines de semana y en menor medida-empujada por la solidaridad, chavalería que se creía solo vivían por y para el móvil y lo guardaron en el bolsillo, cogieron palas, cepillos y capazos y se pusieron manos a la obra para ayudar al pueblo.
Así consta en un balcón (arriba), donde, junto a la bandera de la Comunidad, cuelga un cartel con “Millones de gracias a todos los voluntarios”, con una clara y explícita referencia “a los gobiernos” que es mejor descubrirla mirando la foto que describirla. Una imagen vale más que mil palabras…
“Gracias, gracias, mil gracias a todos los voluntarios. Sin vosotros, nada. Gracias”, leo en un cartel colocado en la pared. En otro letrero -que lleva días plantado a juzgar por la fecha escrita-, se piden voluntarios, porque éstos, como cuento más arriba, han menguado pasado el empuje inicial, algo que temen los ciudadanos de la zona, repitiendo, “No nos abandonéis”, tal como piden muchos de los entrevistados.
Otro mensaje denuncia uno de los actos más execrables que se han producido en la zona, los robos. El cartel, pegado con celo en un inmenso plástico que hace las veces de puerta del local arrasado por el agua, amenaza: “Último aviso!!! Si te pillo dentro atente a las consecuencias”.
Entro en un portal y el barro ha llegado a los mismísimos buzones, a pesar de estar en alto, incluso en uno de ellos el lodo se ha introducido en el hueco de las cartas adoptando la forma de la abertura de la cavidad donde reposa la correspondencia como si se tratara de una segunda tapa, ¡impresionante!
Miles de menús y de barras donados diariamente
En Paiporta, la ‘zona cero’ del desastre, la actividad es mayor que en otras localidades, pero el barro sigue siendo el protagonista como en todas, a pesar de que los militares de la UME se emplean a fondo en eliminarlo, pero se me antoja que son pocos los efectivos para tantos viales pringados del marrón elemento.
En las esquinas hay puestos de WCK entregando el menú del día. También el Banco de Alimentos está presente donando los ídem que recibe gracias a la generosidad de la gente de toda España y de entidades como Km Solidarity, la mayor ONG motera de nuestro país. Hay cajas con ropa depositadas en varios puntos para quien la necesite. No falta Cruz Roja, atendiendo todo tipo de demandas de los damnificados. Incluso encuentro cajas con libros con títulos tan tiernos como Lecturas para dormir a una princesa…
En otra calle, desde un food truck que me recuerda al que protagoniza la película Chef, dos simpáticas jóvenes, Lidia (izq) y Marta, donan a los vecinos tres mil barras de pan cada día desde hace un mes por gentileza de ‘DonPa Artesans’ y WCK. “Para nosotras es una alegría volver a ver a las vecinas y repartirles pan, que es lo nuestro”, comentan ambas.
También hay entidades que donan bicicletas, como redciclista.com. Y otra iniciativa, en este caso apadrinada por Carlos Sainz y Jorge Martínez ‘Aspar’, ha entregado 80 vehículos -entre coches y motos-, donados por ciudadanos de toda España, a otros tantos afectados que se han quedado sin ellos por la riada.
“La riada se los llevó a los dos, pero él no pudo sujetar a su mujer”
En Paiporta, el efecto del tsunami ha sido tremendo. Los bajos de infinidad de edificios cercanos al barranco del Poyo están destrozados. La fuerza del agua ha reventado tabiques interiores saliendo la riada por las casas adyacentes. En una de ellas, sentado en la entrada del local totalmente diáfano, porque el temporal lo ha arrasado, está Miguel (arriba), tiene 84 años y se emociona contándome la historia de sus vecinos, una pareja que acababan de reformar su vivienda, un bajo que hace esquina. “La riada se los llevó a los dos y él se salvó, pero no pudo sujetar a su mujer, Nuria, de 43 años, y me decía que ‘en las cañas se me fue’”, relata este hombre con gran pena.
Juan tiene 71 años y está saneando las columnas de su garaje maltrechas por la inundación, aunque nada puede hacer por el coche, un Seat Córdoba que ha quedado inservible. Me cuenta que con lo que le da el Gobierno, no adquiere uno nuevo, “y el mío, a pesar de sus años, me llevaba a todos los sitios porque iba fantástico y uno nuevo no me lo puedo comprar”.
Mientras regreso a casa subido en mi F 850 GS -qué delicia la moto, para relajarse y repasar emociones y relatos de tres días muy intensos- no dejo de pensar en lo que he visto y escuchado. Y es desolador. Porque resulta doloroso comprobar cuán de profunda y devastadora ha sido la huella producida por la DANA en Valencia y también en Castilla-La Mancha, que no he visitado, pero espero hacerlo en algún momento, sobre todo Letur, el más afectado en esa Comunidad.
He sido testigo también de los limitados efectivos gubernamentales desplazados a la zona, que deberían ser muchos más por la entidad de la catástrofe, personal que depende del Ejecutivo central. Porque es el Estado el que ha de ocuparse de todos los afectados por la DANA, que, recordémoslo, no son culpables de lo sucedido, y sí aquellos que pudiendo poner solución hace años, canalizando y saneando arroyos, barrancos y ramblas, como el del Poyo, no lo hicieron, a pesar de que estaban avisados de lo que podía ocurrir.
Poco crédito tienen quienes nos gobiernan y su solvencia para resolver cuanto antes lo sucedido en Valencia y Castilla-La Mancha. Recordemos a los damnificados por la erupción del volcán de La Palma que, tres años después, y a pesar de las promesas, siguen viviendo en contenedores.
Por José Mª Alegre (texto y fotos)
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